lunes, 12 de marzo de 2012

40.000 AÑOS DE FUNZE



Por: Colectivo Cotopaxi

Red Juvenil Itoco



El presente artículo ofrece un recorrido por lo que ha constituido el agua para la Sabana de Bogotá y la manera como a través de los modos de vida que se han desarrollado en el territorio, se ha utilizado este elemento natural.

La configuración del territorio está determinada, en gran medida, por las formas en que sus pueblos le dan valor a su entorno natural, por su producción y por las creencias y costumbres que se generan en torno a él. No siempre ha existido la misma forma de apropiarse del territorio, pues este es histórico, por lo tanto, los actores y relaciones sociales, económicas, políticas y culturales han variado de acuerdo a esas formas en que el ser humano se ha apropiado de él. El agua, que es un elemento básico para que se dé la vida en cualquier lugar del mundo, ha estado muy presente en todas las culturas y periodos históricos a la hora de ordenar el territorio, pues el origen mismo de la vida tuvo lugar en los mares. Alrededor del agua se constituyeron los primeros núcleos humanos y se construyeron los caminos de las civilizaciones generando así tantos significados, interpretaciones y usos, como culturas.


La Sabana de Bogotá, ha sido un lugar recorrido y habitado por el agua, hace miles de años, era una inmensa laguna, Funzé; hoy es delimitada por la cuenca alta del río Bogotá, embellecida al sur oriente por un inmenso páramo y regada aún por lagunas, ríos y quebradas.

Hace más de 2000 años, Bacata, era el sitio de retiro del Zipa (en la falda de la cordillera) para cuidarse de las inundaciones de la sabana. Los ritos eran fundamentalmente en las lagunas, estas eran consideradas santuarios y el muisca se purificaba en el agua constantemente. “La laguna es la madre del frío donde antiguamente los mamos mayores hacían sus pagamentos al agua, ella es la fábrica espiritual, acueducto espiritual de abajo y se comunica con las profundidades donde está el corazón del agua, aquí se hacían ofrendas en oro para la luna y el agua”[1]. El pueblo Muisca era fundamentalmente agrícola, aprovechando los valles inundables de la sabana para sus cultivos (maíz, quinua…), también utilizaban los ríos para navegación y hacían algunos pozos para la pesca (pez capitán). Como sistema de cultivo los muiscas, entendiendo las lógicas de la naturaleza, generaban un canal alrededor de un pedazo de tierra para desaguarlo, construyendo unas terrazas para cultivar sobre ellas, estas terrazas permitían concentrar materia orgánica (humus) concentrando nitrógeno y tierra fértil en las mesetas y agua a su alrededor para el riego de los cultivos.


En general e históricamente, la forma en que el indígena se ha apropiado del territorio está marcada por una estrecha relación con la naturaleza, cimentando una identidad territorial concreta que entra en contradicción total con el modo de vida occidental. La visión eurocéntrica del territorio, y el capitalismo se impuso desde la colonización en el territorio de la Sabana generando profundos cambios de relación con el agua.


La evangelización torna sucia al agua y condena su culto. “¿Habéis adorado las lagunas…?” preguntaba el catecismo para la confesión del chibcha, con el paso del tiempo los aborígenes dejaron de creer en su mitología para remplazarla por la nueva fe. En 1548 se otorgo armas y divisas a la ciudad para ordenarla de cierta manera y posteriormente convertirla en centro de llegada de la nobleza. Lo que se denominó Santa Fe Bogotá por los invasores españoles, estuvo delimitada por dos quebradas: la de San Agustín que los indígenas conocían como Vichacha y San francisco o Manzanares. Es así como los españoles deciden concentrar las poblaciones con el fin de facilitar su control y cumplir con su labor de transformación cultural para hacer más sencilla la recolección de tribus y la apropiación y explotación del territorio.

La ciudad de Santa fe estaba rodeada por el oriente por los cerros de Monserrate y Guadalupe y el agua a la que accedía la población era la de los chorros naturales aledaños hasta que se construyeron las primeras pilas en 1830: Plaza Mayor, San Francisco, y San Victorino. El acueducto más precario que se construyo en la ciudad era de cañerías de ladrillo descubierta y corrían por el centro de las calles, lo cual hacia que el agua se mezclara con la suciedad. De esta agua se surtían las fuentes de donde las aguateras recogían el agua para llevarla a las diferentes casas, con el tiempo era normal que en el centro se vieran correr aguas negras, focos de infección y malos olores.

Con la colonia como forma de organización social que instauraron los españoles, que permitió la entrada del feudalismo y un capitalismo incipiente, el agua tuvo por primera vez en nuestro territorio un sentido privativo, las casas que se construyeron tenían en su fondo un pozo de agua junto a los huertos para la clase española que se apoderaba de las tierras sabaneras, y tuvo además un sentido de clase, pues los españoles y algunos crioll


Ante el crecimiento de la ciudad y los graves problemas de salubridad por la mezcla de aguas servidas con el agua limpia, que trajo epidemias como la viruela, difteria escarlatina y cólera, se hizo la primera forma de canalización del agua, que tomó las aguas del río San Francisco, este duró 150 años y fue destruido por un derrumbe.os tenían agua en su propia casa, mientras que los indígenas y campesinos que se instalaban en la periferia de la ciudad colonial no tenían acceso al agua, para ello habían unas pilas de agua de donde debían sacarla y trasladarla a sus asentamientos.

En 1905 había un total de 3’000.000 de habitantes en Colombia y en Bogotá 100.000 de los cuales solo 4.000 tenían acceso a agua limpia. La naturaleza que inicialmente los españoles quisieron negar -haciendo calles empedradas por ejemplo- ahora desde los conceptos arquitectónicos franceses ya no tenía contraste con la civilización, pues se buscaba instalar artificialmente espacios verdes, el cambio era más estético que funcional. De esta manera, el concepto de ciudad implantado, desde sus inicios está en total contradicción con la naturaleza, al punto en que los españoles desecan las zonas húmedas de la Sabana para la construcción de caminos reales y posteriormente ferrocarriles. Acción que siguió prolongándose hasta nuestros días, en donde el Estado se ha convertido en un gestor del capitalismo; así, desde finales del siglo XIX, no solo permitía, sino que fomentaba el desecamiento de lagos y el relleno de humedales para la urbanización, puesto que la tierra tenía mayor precio que el agua.

A principios del S. XX se empiezan a ampliar y mejorar las vías de comunicación de tal manera que el comercio y la industria se expandieron; es precisamente en este momento de la historia que el agua empieza a ser indispensable para las maquinas y en general para los procesos industriales. La fiebre por apropiarse de terrenos cada vez más grandes para la ganadería y la diversión de los terratenientes, hizo que – siguiendo el ejemplo de Jiménez de Quesada en su búsqueda del oro en las lagunas – se empezaran a desecar ya no las lagunas sino la sabana entera, para lo que se trajo eucalipto y pino de Australia que les permitió además, delimitar sus grandes haciendas. Sin embargo terminaron siendo un problema más, puesto que estas especies incrementaron la acidez del suelo afectando la capacidad de retención del agua y acabando con especies endémicas.

El sistema de ocupación por haciendas ya limitaba el desarrollo de la ciudad, así que se hicieron planes y expediciones como la Misión Currie, que exigía por un lado la instauración de monocultivos como el trigo en la sabana lo que suponía sistemas de riego diferentes y solicitaba la disolución de las haciendas para darle paso a la modernización de la ciudad y su repercusión en la sabana. Esto generó un gran incremento de la población, pues se empezó a urbanizar más allá del perímetro urbano establecido, transformando el uso de los suelos y el paisaje sabanero; las familias humildes que llegaban a la ciudad en busca de trabajo se concentraban cerca a las fábricas que se ubicaban en el centro y sur de la ciudad y las clases altas se ubicaban en Chapinero, el sector norte de Bogotá en la época.

El gran incremento de la población generó la necesidad de abastecimiento de agua, así que se inicia en 1886 la instalación de las primeras tuberías de hierro que lograba llegar a las casas de familias acaudaladas y a las fuentes públicas para las demás, manteniendo la exclusión social que ya habían implantado los españoles; y en 1888 se hace la construcción del primer acueducto con grandes falencias respecto al cumplimiento de las obras y el logro del abastecimiento a toda la población. También se genera la necesidad de la energía, por cuanto en


A comienzos del siglo XX, la ciudad aún se abastecía de los ríos San Francisco, San Agustín y Arzobispo, sin embargo el agua no lograba llegar a todos los hogares. El agua además, ya empezaba a escasear por la disminución del caudal de éstos ríos, por la tala intensiva de árboles de los cerros orientales para el aprovisionamiento de leña. La guerra de los mil días provocó el estancamiento de la agricultura y la ruina de los campesinos, que fue aprovechado por el Estado para la construcción de obras públicas en la ciudad. El campo empezó a ser funcional a la ciudad cuando la industria empezó a crecer, para el abastecimiento de alimentos y materias primas, pese a que las vías de comunicación no integraban las regiones, porque estaban más orientadas hacia los puertos del país para la exportación de materia prima. A partir de 1920 se inicia un cambio acelerado en la ciudad con la idea de la modernización, profundizando las contradicciones capital – naturaleza y campo ciudad; de manera que desde mediados del siglo XX el agua se privilegió para la ciudad y su desarrollo industrial.

A partir de 1930, la modernización urbana se intensifica, por lo que se empezó a buscar nuevas fuentes para el abastecimiento de agua, no solo para el gran número de familias que llegaban (en busca de trabajo y por el comienzo de una nueva guerra que despojó de sus tierras a miles de campesinos), sino para la creciente industria; de esta manera se empieza a contemplar y materializar la búsqueda de agua fuera de la ciudad, para lo que a mediados del siglo XX se hace toda una serie de reformas jurídicas para convertir a Bogotá en Distrito Capital anexándose varios municipios como Suba, Usme, Usaquén.

Así se inicia un proceso de construcción de embalses financiados y ejecutados por firmas extranjeras (Estados Unidos, Japón, Francia). Pero la construcción de embalses trajeron mayor carga de contaminación al río por el material arrastrado del lavado de suelos con cargas inorgánicas, causando el desecamiento de los valles que eran inundables en época de lluvia; por otro lado la urbanización requería de tierra en la Sabana para lo que se rellenaron pantanos (humedales) generando inunda

ciones y profundizando el problema de las sequías durante largas épocas del año. De esta manera, el crecimiento de la población sobre todo hacia el occidente, más cerca al río Bogotá, la intensificación de la industria y la urbanización generó uno de los mayores problemas que hoy aqueja a la Sabana de Bogotá, la contaminación y secamiento de las fuentes hídricas.

Hacia los años 70, se implanta desde los organismos multilaterales como la FAO, la ONU y el FMI el discurso verde para profundizar el modelo de desarrollo neoliberal y consolidar el capitalismo imperialista, en donde se busca liberalizar aún más la economía de los países “en desarrollo” generando políticas para que los países abran sus puertas al mercado internacional monopolizado y controlado por grandes empresas de Europa, Japón y Estados Unidos; llega así a la Sabana de Bogotá la agroindustria de las flores aprovechando la gran oferta de recurso hídrico de los municipios, la concentración de mano de obra barata y la cercanía al aeropuerto de El Dorado.


El problema de la contaminación del Río Bogotá hasta finales del Siglo XX, empieza a ser un tema de preocupación para la administración distrital y el gobierno nacional, por lo que se empiezan a construir plantas de tratamiento (PTAR), obras que siguiendo el esquema de la construcción de embalses, son proyectos que pasan por una cantidad de trámites, estudios y contratación con el sector privado generando retrasos, clientelismo y corrupción y en últimas lo último que se tiene en cuenta son las necesidades de la población.


Hoy día, el agua se reduce a un objeto que sirve para satisfacer el alto nivel de consumos de las clases altas. El concepto de que el agua calma la sed y embellece la vida empieza a tener un sentido y significado diferente al que le daban los ancestros, pues se convierte en un recurso para explotar y llevar al mercado, un objeto con un valor de cambio cada vez más alto por la reducción y contaminación de fuentes hídricas en el planeta, y el baluarte de las empresas multinacionales para engañar con su discurso ambientalista y monopolizar este elemento.

Las consecuencias de la economía globalizadora hoy día nos aboca a problemas tan complejos como las sequías, inundaciones, pobreza, desnutrición y enfermedades, calentamiento global y contaminación del agua. Esta economía depredadora, ha conllevado al acaparamiento y despojo de los territorios debido a la llegada de las multinacionales, que hoy día fijan sus miradas en lugares tan sagrados como el Páramos de Sumapaz, los cerros orientales y los humedales para la extracción de agua, el turismo y el control militar.

Vemos así como, a partir de la colonia se implanta un modo de vida en donde el hombre se aparta, se enajena del medio natural y entra en contradicción con ella, pues la ve como objeto de mercancía para explotar, y el agua ha sido una de sus principales víctimas, dejando de ser un elemento de vida tan sagrado para la humanidad para convertirse en un recurso que tiene un valor que permite la acumulación de capital.



[1] SANTOS, Roberto y MEJÍA, Fabio. Mensajes de la Madre Tierra en territorio Muisca. Bogotá, 2010. Pág 31
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